El amor de Dios es más alto que los cielos, más profundo que el mar más insondable, más extenso que el vasto universo: sin embargo, cabe en nuestro corazón humano. Es más dulce que la miel, que endulzará lo amargo de la vida, y quitará la tristeza dando su paz divina e infinita. Hace lo que ningún ser humano ha podido lograr: porque conquista el corazón más duro, impenetrable y cruel.
Ese amor divino es la esperanza para la persona que ha puesto su fe en Jesucristo como Salvador y Redentor, y quién lo llevará feliz hasta el cielo algún día. El amor de Dios es limpio y puro como las aguas cristalinas para el caminante, cansado en un día caluroso: para satisfacer su sed intensa. No tendrá fin hablar de lo que Cristo demostró en la cruz del calvario , porque entregó su vida, y derramó su sangre preciosa en rescate por nosotros, perdidos pecadores. Al confiar en la verdad que salva, las tinieblas espirituales desaparecerán, y brillará la luz gloriosa de Cristo, confirmando en la vida del creyente, la vida eterna y su salvación, por la obra de Cristo.
Al dejar fluir esa fuente inagotable del amor de Dios a su vida: será una corriente divina para otras personas necesitadas del gran tesoro del amor de Dios. Usted sentirá el poder del Espíritu Santo cada vez que diga Juan 3:16: ‘Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en El cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.’ Su vida cambiará en otra: más amable, más misericordiosa y bondadosa, al dejar que ese amor sature su ser, y para re partirlo a otros.
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